La vivienda de líneas precisas y formas puras se estructura en dos plantas a modo de refugio moderno en un paisaje rural. Sus paredes de estuco y ladrillo crean una piel que respira tradición y modernidad. El techo inclinado se despliega en una pendiente pronunciada, canalizando las lluvias y protegiendo el espacio como un manto. Las ventanas y puertas, guardadas por persianas enrollables de un marrón profundo, ofrecen un juego de sombras y luces que anima la fachada con ritmos cambiantes. La solidez del porche trasero, sostenido por pilares de hormigón, invita a la contemplación y al descanso. Su espacio cubierto se convierte en un umbral entre el interior cálido y el exterior riguroso. Las texturas del ladrillo, meticulosamente colocadas, tejen una narrativa visual que evoca el trabajo artesanal y el cuidado en cada detalle.
En esta casa, el diseño se convierte en un puente entre el pasado y el futuro, un espacio donde cada elemento habla de confort, seguridad y la búsqueda de belleza y armonía.